00:00 (Zero O'Clock)


Quizá la peor parte de la noche comenzaba en la hora azul, donde el cielo era espeso, pero no lo suficiente como para esconder las nubes que se encontraban dando un paseo. Comenzaba con ese azul que no termina de ser negro.
En la que mis ojos escocían gracias al gran esfuerzo que me llevaba sentarme frente al ordenador todo el día, haciendo todo y la vez nada, donde mis manos comenzaban a entumecerse por la posición en la que se encontraban: mover el mouse, click, escribir, mover el mouse, click, escribir.
Era esa hora en donde me sentía en el limbo, sin poder dormir, pero tampoco seguir escribiendo, donde mi cabeza comenzaba a sacar humo por el terrible esfuerzo que le llevaba tener pensamientos coherentes, y seguirlos rectamente.
Donde las cuentas de la semana me asaltaban, la comida escaseaba y el dinero lo hacía también. Donde no sabía si sobreviviría a fin de mes, esa hora en la que el pánico comenzaba a mostrarse en mi respiración errática, en el sudor frío que comenzaba a escurrir de mis dedos y palmas, y ya sabía lo que venía después: mi corazón. El tamboreo se hacía más veloz, pero eso ahí no se detenía, el silencio a mi al rededor se volvía ensordecedor, casi al mismo tiempo que lo hacía el golpeteo de mi corazón en mis oídos.
¿Qué hago? ¿respirar? Sí, claro, eso es lo que me dijeron que hiciera.
Pero como siempre, preferí voltear nuevamente al cielo, que en esa hora, era mi infierno. Aquel color azul casi negruzco se burlaba de mi reflejándose en toda la habitación, impregnándose también en mi piel, para picarla, tratando de hacer que me moviese por la comezón que sentía deslizarse lentamente desde la punta de mis dedos. Las nubes apenas visibles me sonreían malignas, pero mi visión levemente desenfocada, no me permitía entender completamente qué era aquello que les hacía tomar tanto tiempo en esconderse.
Ellas desaparecían en el manto de la noche, y yo, seguía en trance con el sudor que, ahora no solo mis palmas y dedos mojaba, sino también, con caricias en mi frente, cuello, pecho, toda mi piel llenaba.
Lo vellos se me erizaron de pronto. Rápido, por favor, necesitaba rápido que aquel tono desapareciera lo más pronto posible de mi alrededor, y aunque en el fondo recordara y supiera que la negrura no tardaba más de tres minutos en aparecer, no podía evitar mirar el segundero en el reloj, jurando y perjurando, que aquellos segundos, parecían horas, y cada vez que veía que avanzaba, la sensación que tenía no desaparecía, pues claramente observaba, como la manecilla retrocedía.
Dos, faltaban dos. O eso quería creer. ¿Cuándo es que las estrellas iban a aparecer? Cuando eso sucediese, mi respiración se aminoraría, y mi corazón dejaría de taladrar en lo profundo de mis oídos.
¡Uno! ¿Finalmente? ¿Podré voltear a ver la pantalla hasta que ese minuto termine? ¿O deberé mirar el cielo y el reloj como siempre lo hago?
Lo de siempre, inhala, exhala. Faltan exactamente cincuenta y cinco segundos, y veo como con timidez, mis amigas empiezan a aparecer. A veces las nubes tratan esconderlas de mi, empero, pareciera que no lo intentan lo suficiente, pues yo siempre las encuentro.
El aire comienza a fluir con suavidad por mis pulmones, indicándome que es mi compañero, y pese a que siente no poder acomparme antes, se lo agradezco con toda la tranquilidad que poseo ahora.
Y es así, horas después, donde comienza mi hora favorita: la media noche. En donde el manto negruzco me cobija, donde no es azul en lo absoluto. Donde no distingo las nubes y la luna verte toda su luz blanca sobre mi. Donde mi corazón palpita con tranquilidad, y es ahí, cuando el segundero y el minutero coinciden por un breve momento, donde doy mi primer gran suspiro lleno de alivio. Es ahí, donde me permito ser feliz.

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